Por Marcelo Sonaglioni

Mi mamá falleció el 12 de julio del 2012, el día del 50 aniversario del primer show de los Stones. Ni un día antes, ni un día después. Charlie Watts falleció a los 80 años de edad. 80 son las veces que exactamente lo vi en persona salir a escena con los Stones. Ni un show más, ni un show menos. Y muchas, muchísimas menos también, las veces que tuve la chance de intercambiar unas palabras con él. No importa ahora. Después de todo nunca le di mucha bola a la numerología, pero puedo asegurar que en cada uno de esos ochenta shows Charlie tuvo la mejor de las ovaciones que un Stone podía tener. 80 años de edad, entonces, 80 conciertos, 80 ovaciones insuperables -las mismas que asimismo se hicieron presentes en los shows en que uno no estuvo- para el único integrante de la banda que, amado incondicionalmente por medio planeta, jamás tuvo un detractor. El miembro más querido del grupo.
¿Qué se hace mañana? ¿Se va a al kiosco de la esquina y se compran todos los diarios donde haya salido algo sobre Charlie? Tal vez sea hora de romper la tradición. La partida en vida de Charlie Watts significa el final oficial de los Rolling Stones como banda activa. Podrán surgir shows solistas, homenajes, intentos por seguir adelante, y demás. Seguro los habrá. Aún podrán llegar a hacer, o no, el No Charlie Tour que venía gestionándose antes de la llegada de esta devastadora noticia. Nos queda la opción de engañarnos, o la de admitir la verdad, la que nos indica que ya nada será igual. Ni para el grupo, ni para el mundo artístico, ni para nada. Mucho menos para la considerada “Trinidad Sagrada” compuesta por Beatles-Dylan-Stones, que ahora pierde uno de sus mejores predicadores por primera vez a casi 20 años de la muerte de George Harrison en 2001. Para los buenos amantes de la música, acaso nos siga quedando la invalorable chance de dedicarles todos los latidos de corazón que nos quedan a cada uno de los “beats” -parafraseando su definición en inglés- del mejor baterista rítmico que ha surgido en los últimos 60 años, aún cuando hoy nos parezca que la vida se haya quedado sin compás, sin métrica, sin Charlie Watts, y sin palabras o fuerzas para intentar seguir definiéndolo.